En este mundo, en el que la corrupción y la injusticia parecen ser las leyes dominantes, una moral o una ética son una necesidad primordial y apremiante. Nuestra experiencia nos dice, sin embargo, que sin una mirada contemplativa y amorosa sobre la realidad, sin la capacidad de conmoverse por todo cuanto existe, y en especial por el dolor de un semejante, los códigos morales o éticos acaban convirtiéndose en normativas externas represoras o voluntaristas. Para tratar a los demás como nos gustaría que nos tratasen a nosotros mismos es necesario desarrollar la capacidad de empatía con el otro, la capacidad de vivir desde adentro del otro lo que él mismo está viviendo. Y esto supone mucha capacidad de apertura, acogida y escucha amorosa, de silencio y quietud interior. La posibilidad de esa relación no-dual con cuanto nos rodea es seguramente la última esperanza para nuestro mundo. En ella todos nosotros (hindúes, budistas, judíos, cristianos, musulmanes, agnósticos) podemos encontrar un lenguaje y un hogar común. De ahí que fomentar lo que podríamos llamar la «espiritualidad» sea el primero de los objetivos de la Fundación. Pero no es el único, fomentar la acción social (e incluso política) solidaria, desde el ámbito local hasta el internacional, es el segundo. Fomentar el respeto y conservación del medio ambiente es el tercero. Creemos que este proyecto es nuestra mejor, aunque modestísima, aportación para, como dice nuestro lema, «Soñar y construir un mundo más fraternal en un entorno más habitable». Nos resulta imposible separar todos esos ámbitos.

Esta diversificación de objetivos, a contra-corriente de la creciente tendencia hacia la especialización, tiene sus inconvenientes, especialmente en una organización tan pequeña como la nuestra. Pero constatamos día tras día que, desde el corazón más hondo del silencio y la paz de la montaña, una fuerza misteriosa nos empuja hacia la acción misericordiosa eficaz que apunte a las causas últimas de tanta injusticia y del dolor consiguiente. Y a la inversa, cuando caminamos 1.000 Kmts. hasta la sede de ONU en Ginebra, o ayunamos 42 días ante la de la UE en Bruselas, o atendemos en sus necesidades como mejor sabemos y podemos a alguien cercano, o reconstruimos antiguos bancales caídos, o cuidamos olivos centenarios, es ese mismo impulso misterioso el que nos obliga a desarrollar «raíces» cada vez más profundas, poderosas y amplias. Por otra parte, dentro ya del ámbito de la acción solidaria, ¿cómo no intentar prevenir nuevos genocidios tan terribles como los de Burundi, Ruanda y Zaire, por más que eso pueda suceder en tierras lejanas? Y a la vez ¿cómo desentenderse de los próximos más necesitados? Finalmente, en el ámbito del entorno natural más inmediato ¿cómo permitir el deterioro de la propia tierra que nos cobija con sus bancales, olivos, etc.? La necesidad de una comprensión cada vez más integradora de la complejidad de la realidad y de una vida armónica con esa totalidad de la que formamos parte nos es hoy tan necesaria como el imprescindible proceso de especialización.

Dolce Sentire (El Cántico de las Criaturas)